Conociendo a nuestros niños.



Los padres empiezan a conocer a sus hijos en el momento del alumbramiento. A los pocos minutos de vida ya son capaces de descubrir aquel vínculo que sólo ellos pueden vivenciar con su pequeño hijo. Este contacto inicial es fundamental para la relación que forjarán durante el resto de sus vidas.

El bebé necesitará de los cuidados y atenciones de sus padres especialmente durante sus primeros meses de vida fuera del vientre materno, esto alimentará la relación afectiva que se traducirá en una conducta de apego seguro. Es importante el apoyo que pueda entregar la familia durante este periodo, aunque se debe ser cuidadoso de no interferir en la incipiente relación que construyen los progenitores con su hijo.

Cuando los padres denotan una mayor seguridad sobre sus capacidades, tienden a relacionarse de manera mucha más plena con sus hijos logrando un mayor acercamiento con ellos. Por otra parte, si predomina la inseguridad, delegan una cuota importante de responsabilidad sobre terceras personas, creando un ambiente de confusión y distanciamiento en el niño. En este sentido los abuelos, tíos, amigos o cuidadoras, deben abogar por la familia del bebé, en otras palabras sus acciones deben ir en apoyo directo del fortalecimiento de la confianza propia de los padres. Acciones cotidianas como el mecer al niño a la hora de dormir, contenerlo y entregarle cariño en sus momentos de “angustia”, acompañarlos en sus rabietas, bañarlos, etc. Son parte de la vida de los padres, y deben apreciarse como el mejor de los regalos que la vida les puede entregar. No hay mejor forma de fortalecer su confianza, que participar de manera activa en la crianza de sus hijos. Es necesario que se planteen estos temas al interior de la familia desde la confianza, el respeto, el entendimiento y el cariño.

A medida que crecen los niños, lo hacen también los padres en su rol. Si han logrado forjar una relación de cercanía con sus hijos podrán llegar a conocerlos de una manera más saludable. Desde los primeros meses de vida ven a sus hijos como niños únicos, si bien comparten algunas conductas similares con otros infantes de su edad, lo hacen de una forma particular, lloran, ríen, se enojan, abrazan, patalean, sólo como ellos saben hacerlo. Esto nos permite saber cuales son las cosas que le gustan, cuales le molestan, cómo va a reaccionar frente a tal o cual situación y él también sabrá a su vez cómo reaccionamos frente a sus travesuras, juegos, o pataletas.

La relación padres e hijos es fundamental para un desarrollo emocional saludable. Es importante reflexionar en torno a este tema de una manera constructiva, sabemos que las condiciones de vida de la sociedad actual condicionan muchas veces nuestra calidad de vida, afectando nuestra familia, sin embargo debemos preguntarnos qué es lo que queremos dejar para nuestros hijos, y qué podemos hacer por ello. En el ámbito de la psicología clínica muchas personas buscan ayuda profesional para tratar “problemas emocionales”, un número importante de estos malestares, tiene su origen en la relación que tuvieron con sus padres desde pequeños. Lograr la cura para estos problemas nunca es una tarea sencilla.

Si conocemos a nuestros hijos en las distintas etapas del desarrollo estaremos en condiciones de apoyarlos de una manera asertiva, contribuyendo a la formación de adultos más sanos, seguros y plenos.

En cada padre hay un niño que permanece escondido, si le damos la oportunidad para que salga de vez en cuando, probablemente escucharemos mejor a nuestros hijos. Ellos son capaces desde muy pequeños de captar nuestras emociones, seamos capaces nosotros también de ponernos en su lugar. Un gesto oportuno puede cambiar un gran problema.

Leonor Merino Barrueto,
Psicóloga.