La autoestima es la imagen que tenemos sobre nosotros mismo y que hemos forjado durante nuestra vida, aunque es preciso señalar que esta imagen depende en gran medida de las respuestas ambientales que hayamos recibido por nuestras acciones, siendo la niñez y adolescencia periodos críticos en esta formación.
Tener una autoestima alta o positiva nos permite desenvolvernos de manera sana y segura en los distintos ámbitos de la vida. Por el contrario, tener una baja autoestima, conlleva a la aparición de una serie de conflictos emocionales.
Los padres, familiares y cuidadoras tienen una importante labor en el desarrollo de la autoestima de los niños y jóvenes, deben ser cuidadosos con las palabras e ideas que transmiten en el cotidiano vivir. En este sentido es importante considerar la particularidad del niño como algo que gravita sobre su conducta. Que un niño sea más o menos “obediente” nunca debe ser sinónimo de bueno o malo.
Si tuviéramos que trabajar sobre reglas generales que nos sirvieran de pautas para cultivar una autoestima positiva en nuestros niños, tendríamos que señalar como punto inicial, la comunicación afectiva, esta permitirá cimentar una base emocional más o menos sólida para desarrollar una confianza básica durante los dos primeros años, la base de una autoestima positiva es sentirse seguro de sí mismo.
Después del segundo año de vida, el niño comenzará a buscar los espacios necesarios para desarrollar una incipiente independencia en algunos ámbitos, en este momento él iniciará una serie de acciones que ante los ojos de un adulto resultan inapropiadas. Por ejemplo, romper un libro que quedo sobre un sillón. Él ve en ese hecho una posibilidad de entrenar su avanzada capacidad motora, él aun no sabe que eso es un libro que no debe romper.
Cuando esto ocurre, hay muchas maneras de afrontar la situación pero se debe tener en cuenta que el niño pequeño aun no es capaz de distinguir “lo correcto de lo incorrecto”, “lo bueno de lo malo” .Tendrá que pasar algún tiempo antes de que el niño aprenda a hacer esa distinción, tiempo en que nosotros de buena manera lo apoyaremos en su aprendizaje, porque nosotros los adultos si sabemos hacer esa distinción. En este punto es trascendental detenerse un momento a reflexionar sobre el cómo debemos hacer las cosas, porque de eso podría depender la forma que adoptaremos para relacionarnos con nuestros niños.
Una vez que nos hemos dado cuenta de que el niño requiere de nuestra ayuda para comenzar a integrarse de manera saludable a nuestro mundo, debemos tener la certeza de que esto requerirá una cuota importante de paciencia, tal vez rompa varios libros si tiene la posibilidad de hacerlo, antes de que entienda que los libros no se rompen, se leen. En este camino es importante considerar la conducta del niño como aquello que debemos modificar, para él la mayoría de las cosas que realiza son parte de un juego. No se debe caer en la descalificación ni en los ataques personales. Frases como “eres un tonto, no entiendes nunca”, “no sirves para nada”, “sólo das problemas” “eres un niño malo”, son ejemplos de aquello que menoscaba la personalidad de un niño, y aportan a la formación de una baja autoestima. De esta forma, probablemente el niño nunca más romperá un libro, pero ¿cuál es el costo emocional de esto?, sólo lo sabremos cuando este niño llegue a su adolescencia, manifestando las primeras consecuencias de esta forma de represión.
Otra situación que ayuda a fomentar la baja autoestima en los niños, son las cargas emotivas de culpa que se depositan sobre ellos, frases como: “hay muchos niños en el mundo que no tienen que comer y tu no te quieres comer tu comida”!, o “me voy por que tu te portas mal”, son recurrentes en muchas personas. Las culpas que depositan los adultos sobre los niños tienen un efecto negativo en la formación de la personalidad, y sus efectos pueden perdurar toda la vida.
Sin embargo, poner límites claros en la formación de los niños es necesario para su desarrollo. Ellos deben aprender a respetar las normas que se establecen, y vivenciarlas como parte de la vida. Por otra parte la conducta de los adultos debe siempre ser coherente con lo que se le pide al niño, de lo contrario crearán confusión en ellos. Como ya mencionamos el niño aun no tiene la capacidad cognitiva para discernir entre lo bueno y lo malo, eso lo aprenderá de nosotros y requerirá de un tiempo. En este punto debemos ser pacientes porque el niño va a transgredir los límites de manera recurrente, y despertará el enojo del adulto que lo cuida, en ese instante se debe hacer una pausa. El enojo despertará la rabia y esta la agresividad, pudiendo desencadenar una conducta agresiva contra el niño que poco sabe aun de normas. Si se hace una pausa en ese momento la rabia pasará y se podrá actuar de manera más prudente con el niño. Debemos ser firmes con los límites que se establecen, pero nunca debemos perder el norte: respetar y cultivar una autoestima positiva. Cualquier tipo de conducta agresiva hacia el niño, daña su autoimagen, además genera conducta agresiva en él, probablemente la reprimirá por un tiempo, pero tarde o temprano la manifestará en la casa, el colegio, la calle, el trabajo, su familia, etc.
Los niños requieren del apoyo afectivo de los padres, es necesario y saludable que ellos demuestren afectivamente su aprobación ante aquellas conductas que resultan positivas en el niño, lavarse lo dientes, comerse la comida, ordenar sus juguetes, hacer las tareas, son pequeños logros que el niño realiza en su vida. Las muestras de aprobación y cariño fortalecen la autoimagen de los niños. Algunos adultos consideran que mostrarse afectivos con los niños, crea en ellos, una personalidad débil, esto es una falacia, y al igual que muchas otras creencias populares son parte una cultura que debemos pensar.
Trabajar por una autoestima positiva debe ser una labor diaria de los padres, familia y cuidadoras. Sólo así se estará contribuyendo al desarrollo de niños sanos y adultos psicológicamente más plenos.
José Luis Torres Cañoles,
Psicólogo.